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Archive for 24 de abril de 2014

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Discurso íntegro de Elena Poniatowska en la Ceremonia de Entrega del Premio Cervantes

23/04/2014

 

Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Señor Rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Señor Presidente de la Comunidad de Madrid, Señor Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, amigas, amigos, señores y señoras.

Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) María Zambrano fue la primera y los mexicanos la consideramos nuestra porque debido a la Guerra Civil Española vivió en México y enseñó en la Universidad Nicolaíta en Morelia, Michoacán.

Simone Weil, la filósofa francesa, escribió que echar raíces es quizá la necesidad más apremiante del alma humana. En María Zambrano, el exilio fue una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura.

La más joven de todas las poetas de América Latina en la primera mitad del siglo XX, la cubana Dulce María Loynaz, segunda en recibir el Cervantes, fue amiga de García Lorca y hospedó en su finca de La Habana a Gabriela Mistral y a Juan Ramón Jiménez. Años más tarde, cuando le sugirieron que abandonara la Cuba revolucionaria respondió que cómo iba a marcharse si Cuba era invención de su familia.

A Ana María Matute, la conocí en El Escorial en 2003. Hermosa y descreída, sentí afinidad con su obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz.

María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse.

Del otro lado del océano, en el siglo XVII la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento. Con mucha razón José Emilio Pacheco la definió: “Sor Juana/ es la llama trémula/ en la noche de piedra del virreinato”.

Su respuesta a Sor Filotea de la Cruz es una defensa liberadora, el primer alegato de una intelectual sobre quien se ejerce la censura. En la literatura no existe otra mujer que al observar el eclipse lunar del 22 de diciembre de 1684 haya ensayado una explicación del origen del universo. Ella lo hizo en los 975 versos de su poema Primero sueño. Dante tuvo la mano de Virgilio para bajar al infierno, pero nuestra Sor Juana descendió sola y al igual que Galileo y Giordano Bruno fue castigada por amar la ciencia y reprendida por prelados que le eran harto inferiores.

Sor Juana contaba con telescopios, astrolabios y compases para su búsqueda científica. También dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados. Jesusa Palancares, la protagonista de mi novela-testimonio “Hasta no verte Jesús mío”, no tuvo más que su intuición para asomarse por la única apertura de su vivienda a observar el cielo nocturno como una gracia sin precio y sin explicación posible. Jesusa vivía a la orilla del precipicio, por lo tanto el cielo estrellado en su ventana era un milagro que intentaba descifrar. Quería comprender por qué había venido a la Tierra, para qué era todo eso que la rodeaba y cuál podría ser el sentido último de lo que veía. Al creer en la reencarnación estaba segura de que muchos años antes había nacido como un hombre malo que desgració a muchas mujeres y ahora tenía que pagar sus culpas entre abrojos y espinas.

Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942, en el Marqués de Comillas, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Mi familia siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa. Mi hermana Kitzia y yo fuimos niñas francesas con un apellido polaco. Llegamos “a la inmensa vida de México” -como diría José Emilio Pacheco-, al pueblo del sol. Desde entonces vivimos transfiguradas y nos envuelve entre otras encantaciones, la ilusión de convertir fondas en castillos con rejas doradas.

Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos. Al servicio de los blancos, sus voces eran dulces y cantaban al preguntar: “¿No le molestaría enseñarme cómo quiere que le sirva?”

Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte. “Naranja dulce,/ limón celeste,/ dile a María/ que no se acueste./ María, María/ ya se acostó,/ vino la muerte/y se la llevó”. O esta que es aún más aterradora: “Cuchito, cuchito/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ del tamaño de él./ Le sacó las tripas/ y las fue a vender./ -¡Mercarán tripitas/ de mala mujer!”

Todavía hoy se mercan las tripas femeninas. El pasado 13 de abril, dos mujeres fueron asesinadas de varios tiros en la cabeza en Ciudad Juárez, una de 15 años y otra de 20, embarazada. El cuerpo de la primera fue encontrado en un basurero.

Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra “gracias” y pensé que su sonido era más profundo que el “merci” francés. También me intrigó ver en un mapa de México varios espacios pintados de amarillo marcados con el letrero: “Zona por descubrir”. En Francia, los jardines son un pañuelo, todo está cultivado y al alcance de la mano. Este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme”. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos.

¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta quiénes eran sus conquistados.

Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle. Desde 1953, aparecieron en la ciudad muchos personajes de a pie semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras, Maritornes la ventera. Antes, en México, el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, solo avienta bajo la puerta la correspondencia que saca de su desvencijada mochila. Antes también el afilador de cuchillos aparecía empujando su gran piedra montada en un carrito producto del ingenio popular, sin beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y la iba mojando con el agua de una cubeta. Al hacerla girar, el cuchillo sacaba chispas y partía en el aire los cabellos en dos; los cabellos de la ciudad que en realidad no es sino su mujer a la que le afila las uñas, le cepilla los dientes, le pule las mejillas, la contempla dormir y cuando la ve vieja y ajada le hace el gran favor de encajarle un cuchillo largo y afilado en su espalda de mujer confiada. Entonces la ciudad llora quedito, pero ningún llanto más sobrecogedor que el lamento del vendedor de camotes que dejó un rayón en el alma de los niños mexicanos porque el sonido de sus carritos se parece al silbato del tren que detiene el tiempo y hace que los que abren surcos en la milpa levanten la cabeza y dejen el azadón y la pala para señalarle a su hijo: “Mira el tren, está pasando el tren, allá va el tren; algún día, tú viajarás en tren”.

Tina Modotti llegó de Italia pero bien podría considerarse la primera fotógrafa mexicana moderna. En 1936, en España cambió de profesión y acompañó como enfermera al doctor Norman Bethune a hacer las primeras transfusiones de sangre en el campo de batalla. Treinta y ocho años más tarde, Rosario Ibarra de Piedra se levantó en contra de una nueva forma de tortura, la desaparición de personas. Su protesta antecede al levantamiento de las Madres de Plaza de Mayo con su pañuelo blanco en la cabeza por cada hijo desaparecido. “Vivos los llevaron, vivos los queremos”.

La última pintora surrealista, Leonora Carrington pudo escoger vivir en Nueva York al lado de Max Ernst y el círculo de Peggy Guggenheim pero, sin saber español, prefirió venir a México con el poeta Renato Leduc, autor de un soneto sobre el tiempo que pienso decirles más tarde si me da la vida para tanto.

Lo que se aprende de niña permanece indeleble en la conciencia y fui del castellano colonizador al mundo esplendoroso que encontraron los conquistadores. Antes de que los Estados Unidos pretendieran tragarse a todo el continente, la resistencia indígena alzó escudos de oro y penachos de plumas de quetzal y los levantó muy alto cuando las mujeres de Chiapas, antes humilladas y furtivas, declararon en 1994 que querían escoger ellas a su hombre, mirarlo a los ojos, tener los hijos que deseaban y no ser cambiadas por una garrafa de alcohol. Deseaban tener los mismos derechos que los hombres.

“¿Quien anda ahí?” “Nadie”, consignó Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Muchos mexicanos se ningunean. “No hay nadie” -contesta la sirvienta. “¿Y tú quien eres?” “No, pues nadie”. No lo dicen para hacerse menos ni por esconderse sino porque es parte de su naturaleza. Tampoco la naturaleza dice lo que es ni se explica a sí misma, simplemente estalla. Durante el terremoto de 1985, muchos jóvenes punk de esos que se pintan los ojos de negro y el pelo de rojo, con chalecos y brazaletes cubiertos de estoperoles y clavos arribaban a los lugares siniestrados, edificios convertidos en sándwich, y pasaban la noche entera con picos y palas para sacar escombros que después acarreaban en cubetas y carretillas. A las cinco de la mañana, ya cuando se iban, les pregunté por su nombre y uno de ellos me respondió: “Pues póngame nomás Juan”, no sólo porque no quería singularizarse o temiera el rechazo sino porque al igual que millones de pobres, su silencio es también un silencio de siglos de olvido y de marginación.

Tenemos el dudoso privilegio de ser la ciudad más grande del mundo: casi 9 millones de habitantes. El campo se vacía, todos llegan a la capital que tizna a los pobres, los revuelca en la ceniza, les chamusca las alas aunque su resistencia no tiene límites y llegan desde la Patagonia para montarse en el tren de la muerte llamado “La Bestia” con el sólo fin de cruzar la frontera de Estados Unidos.

En 1979, Marta Traba publicó en Colombia una Homérica Latina en la que los personajes son los perdedores de nuestro continente, los de a pie, los que hurgan en la basura, los recogedores de desechos de las ciudades perdidas, las multitudes que se pisotean para ver al Papa, los que viajan en autobuses atestados, los que se cubren la cabeza con sombreros de palma, los que aman a Dios en tierra de indios. He aquí a nuestros personajes, los que llevan a sus niños a fotografiar ya muertos para convertirlos en “angelitos santos”, la multitud que rompe las vallas y desploma los templetes en los desfiles militares, la que de pronto y sin esfuerzo hace fracasar todas las mal intencionadas políticas de buena vecindad, esa masa anónima, oscura e imprevisible que va poblando lentamente la cuadrícula de nuestro continente; el pueblo de las chinches, las pulgas y las cucarachas, el miserable pueblo que ahora mismo deglute el planeta. Y es esa masa formidable la que crece y traspasa las fronteras, trabaja de cargador y de mocito, de achichincle y lustrador de zapatos -en México los llamamos boleros-. El novelista José Agustín declaró al regresar de una universidad norteamericana: “Allá, creen que soy un limpiabotas venido a más”. Habría sido mejor que dijera “un limpiabotas venido a menos”. Todos somos venidos a menos, todos menesterosos, en reconocerlo está nuestra fuerza. Muchas veces me he preguntado si esa gran masa que viene caminando lenta e inexorablemente desde la Patagonia a Alaska se pregunta hoy por hoy en qué grado depende de los Estados Unidos. Creo más bien que su grito es un grito de guerra y es avasallador, es un grito cuya primera batalla literaria ha sido ganada por los chicanos.

Los mexicanos que me han precedido son cuatro: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005 y José Emilio Pacheco en 2009. Rosario Castellanos y María Luisa Puga no tuvieron la misma suerte y las invoco así como a José Revueltas. Sé que ahora los siete me acompañan, curiosos por lo que voy a decir, sobre todo Octavio Paz.

Ya para terminar y porque me encuentro en España, entre amigos quisiera contarles que tuve un gran amor “platónico” por Luis Buñuel porque juntos fuimos al Palacio Negro de Lecumberri -cárcel legendaria de la ciudad de México-, a ver a nuestro amigo Álvaro Mutis, el poeta y gaviero, compañero de batallas de nuestro indispensable Gabriel García Márquez. La cárcel, con sus presos reincidentes llamados “conejos”, nos acercó a una realidad compartida: la de la vida y la muerte tras los barrotes.

Ningún acontecimiento más importante en mi vida profesional que este premio que el jurado del Cervantes otorga a una Sancho Panza femenina que no es Teresa Panza ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona que tanto le gustaba a Carlos Fuentes, sino una escritora que no puede hablar de molinos porque ya no los hay y en cambio lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan.

Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”.

Por todas estas razones, el premio resulta más sorprendente y por lo tanto es más grande la razón para agradecerlo.

El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.

A mi hija Paula, su hija Luna, aquí presente, le preguntó:
-Oye mamá, ¿y tú cuántos años tienes?
Paula le dijo su edad y Luna insistió:
-¿Antes o después de Cristo?

Es justo aclararle hoy a mi nieta, que soy una evangelista después de Cristo, que pertenezco a México y a una vida nacional que se escribe todos los días y todos los días se borra porque las hojas de papel de un periódico duran un día. Se las lleva el viento, terminan en la basura o empolvadas en las hemerotecas. Mi padre las usaba para prender la chimenea. A pesar de esto, mi padre preguntaba temprano en la mañana si había llegado el “Excélsior”, que entonces dirigía Julio Scherer García y leíamos en familia. Frida Kahlo, pintora, escritora e ícono mexicano dijo alguna vez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”. A diferencia de ella, espero volver, volver, volver y ese es el sentido que he querido darle a mis 82 años. Pretendo subir al cielo y regresar con Cervantes de la mano para ayudarlo a repartir, como un escudero femenino, premios a los jóvenes que como yo hoy, 23 de abril de 2014, día internacional del libro, lleguen a Alcalá de Henares.

En los últimos años de su vida, el astrónomo Guillermo Haro repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección.

Muchas gracias por escuchar.

 

http://www.elcultural.es/noticias/LETRAS/6174/Discurso_integro_de_Elena_Poniatowska_en_la_Ceremonia_de_Entrega_del_Premio_Cervantes

 

 

 

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Algo más que un censo

JOSÉ WOLDENBERG / Publicada el 17/04/2014 12:00:00 a.m.

El Censo de Escuelas, Maestros y Alumnos de Educación Básica y Especial, realizado por el INEGI, es algo más que un censo: es, como dijo el doctor Miguel Cervera, un registro administrativo realizado por estadísticos. Porque, en efecto, el interesado podrá encontrar las cifras y los porcentajes agregados y desagregados de toda la información, pero tras cada cifra el INEGI entregó a la SEP el registro preciso de las escuelas, profesores y estudiantes. Es entonces una herramienta útil para el análisis, un eslabón de lo que puede convertirse en un sistema de información y una base de datos invaluable para empezar una serie de ajustes y reformas. Por supuesto, también puede servir para la alharaca y el desgarre de vestiduras.

Para la realización del Censo se contrató y capacitó a 17 mil 432 personas; entre la SEP y el INEGI equiparon 2,548 oficinas en todo el país. Fueron censados el 90.6 por ciento de los centros de trabajo en operación, es decir, 236,973, públicos y privados. Y no lo fueron el 9.4 por ciento; 24,658. Esta última cifra se explica por la negativa a colaborar en Chiapas (9,896 centros de trabajo que representan el 41 por ciento del estado), Oaxaca (6628, 27.4), Michoacán (6587, 27.3) y en menor medida Guerrero (654, 2.7). En el resto de las entidades el Censo fue total o casi.

Las escuelas públicas siguen siendo absolutamente predominantes. En 12 estados representan más del 90 por ciento del total. En 16 fluctúan entre el 80 y el 90 por ciento. Y solo en cuatro entidades están por debajo de esos porcentajes: Distrito Federal 51.8, Morelos 66.7, Baja California 75.3 y México 78.5. Así que de lo que suceda en ellas dependerá la formación de la inmensa mayoría de los niños y jóvenes. El 90.4 por ciento de los niños de primaria acuden a la pública, el 91.1 a la secundaria pública; e incluso en preescolar el porcentaje es elevado: 84.3.

Detenerse en las condiciones que guardan las escuelas es fundamental porque la educación formal no se desarrolla en un campo idílico. Existen condicionantes sociales y económicas del desempeño escolar. Y como era de suponerse, la desigualdad en las circunstancias está claramente ilustrada. En Chiapas, Guerrero, Nayarit y Oaxaca se encuentran los mayores porcentajes de escuelas con piso de tierra; en Guerrero, Chiapas, San Luis Potosí, Oaxaca y Michoacán los más altos números relativos de las que no disponen de agua de la red pública; en Chiapas, Oaxaca y Michoacán los porcentajes más bajos de acceso a internet. Vale la pena pensar en esas situaciones porque impactan las posibilidades del proceso educativo.

2,247,279 personas laboran en los centros de trabajo, de las cuales fueron censados 1,814,483. La cifra presentada por el INEGI en el sentido de que «298,174 no trabajan en su centro de trabajo» ha sido leída por algunos como sinónimo de que el 13.3 por ciento de los que cobran son «aviadores». Vale la pena hilar un poco más fino, porque como bien nos advertía Olac Fuentes Molinar, que de esto sabe y mucho, 113,259 «laboran en otro centro de trabajo», lo que quizá suponga un problema de adscripción administrativa, pero no de falta de cumplimiento en el trabajo; 30,695 tienen «licencia o comisión», lo que se ha leído como si en todos los casos fuera una licencia o comisión sindical, lo que no siempre es así, dado que muchos maestros trabajan en áreas administrativas de la propia SEP (lo cual tampoco disculpa los excesos del SNTE y la CNTE en ese renglón). Se trata de dos ejemplos significativos de cómo lecturas apresuradas o intencionadas distorsionan los alcances de los resultados. Incluso las 39,222 personas que aparecen en el rubro de «baja porque no los conocen», ¿debe leerse como 39 mil personas que cobran y nadie las conoce o como gente que fue dada de baja porque nadie las conoce?

La otra cara de la moneda es el porcentaje de maestros frente a grupo y directores de escuelas con grupo que laboran en escuelas públicas y tienen plaza federal o estatal: en secundaria llegan al 95.4 por ciento y en primaria al 92.8. Cabe decir, que en todos los grupos de edad y estados de la República, siempre son más las maestras que los maestros.

En fin, apenas un paso. Un paso necesario: conocer con exactitud las circunstancias en las que funcionan las escuelas, laboran los maestros y estudian los niños y jóvenes. Ahora es preciso mejorar las condiciones en las que se trabaja y estar conscientes de que la reforma de la educación -si es que se da y funciona- será con los maestros y no contra ellos.

http://www.am.com.mx/notareforma/31836

 

 

 

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¿Aritmética adulterada?

DENISE DRESSER / Publicada el 21/04/2014 12:00:00 a.m.

 

En la feria del libro en Guadalajara, Enrique Peña Nieto no podía contar tres libros que marcaran su vida. Por lo visto su administración tampoco puede contar los asesinatos de manera creíble. Los datos sobre la supuesta caída en el número de homicidios violentos cometidos en el país desde que asumió el poder simplemente no cuadran. Pero Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, presume la disminución de la violencia. Monte Alejandro Rubido García, comisionado Nacional de Seguridad, lo hace también. Mil homicidios menos en el mes de enero, informan. Una disminución del 16.1% en el homicidio doloso, celebran. Michoacán convertido en un estado fallido, el Estado de México convulsionado por el crimen, la extorsión ya epidémica. Pero por lo menos los homicidios han caído, proclama el gobierno con orgullo.

Sin embargo, como pregunta Alejandro Hope, del IMCO, los números ostentados por el gobierno generan suspicacia. ¿Cómo se explica la caída tan estrepitosa de homicidios en el primer mes de la administración de Peña Nieto? ¿La caída se debe a la eficacia gubernamental o a que alguien no sabe contar? ¿Cómo entender que las cifras de homicidios con arma de fuego se mantienen estables, mientras que disminuyeron los muertos a pedradas, a empellones, con tubos, sillas o candelabros, a golpe limpio, por envenenamiento intencional, ahorcados con cuerda o asfixiados con almohada, arrojados desde lo alto de un edificio o en la cima de un risco?

¿Será que la política de seguridad nacional de Peña Nieto está enfocada a reducir los homicidios por candelabros? ¿Cómo creer que los argumentos del gobierno sobre la disminución de decesos asociados con el crimen organizado son ciertos, cuando no hay una reducción en el número de homicidios relacionados con él: los cometidos con armas de fuego? ¿Cómo explica el Presidente que su política de seguridad ha prevenido las muertes con palos, pero no con pistolas? ¿Será que están contando mal, clasificando mal, midiendo mal? ¿Usando cifras para fabricar un éxito que dista de serlo? ¿Qué pensar de este revoltijo, de esta confusión, de esta presentación poco aseada de cifras inexplicables?

Tal vez como lo hizo cuando fue gobernador del Estado de México y fue detectado por la revista The Economist en su momento, Peña Nieto continúa manipulando los datos de la criminalidad con fines políticos. En aquella ocasión la revista inglesa se refirió a la reducción espectacular en la tasa de homicidios anunciada por el mexiquense como «una falsedad absoluta». El semanario esclareció que la nueva metodología de clasificación de homicidios -midiendo datos antes y después del 2007 de diferente manera- llevaba a resultados que calificó como un «disparate engañoso». Expuesto de esa manera, Peña Nieto no tuvo más remedio que reconocer su error.

Y así como manipuló la información sobre la criminalidad en el pasado, está manipulando las cifras ahora. Así como trató de maquillar ayer, trata de maquillar hoy. Falta explicar por qué los datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública difieren tanto de los datos del INEGI, institución autónoma del gobierno. Falta explicar por qué el excedente de cuerpos contados por las fuentes del INEGI entre 2008-2012 supera el número de homicidios contabilizados vía averiguaciones previas del SNSP en 18,207; en pocas palabras hay 18,207 muertos que el gobierno no reconoce o cuenta. Falta explicar por qué, según el INEGI en 2013, 61.9% no denuncia por considerarlo una pérdida de tiempo y en el 53.2% de los casos denunciados no pasó nada. En 2011 esta cifra fue 53.3%. En 2013 fue 53.2%. El gobierno de Peña Nieto fue sólo .01% más eficaz.

Puede ser que la tendencia de los homicidios va a la baja, pero con estas cifras hay poco de qué congratularse todavía. Una parte considerable en la caída es explicada por muertes provocadas por «otros» y «sin datos» en lugar de armas de fuego. Una parte importante de la disminución se explica por dinámicas locales en Monterrey, Ciudad Juárez y La Laguna, y no como resultado de una estrategia gubernamental eficaz a nivel nacional. El número de homicidios -según datos siempre «sujetos a revisión»- cae, pero de niveles muy altos: entre 22,000 y 24,000 homicidios por año cuando Estados Unidos tiene 15,000. En 2012, el INEGI reportó un promedio de 20,000 homicidios al año. 55 personas asesinadas al día. 2 personas muertas por hora. De allí venimos. De un país que sabe matar, y en el cual el gobierno no sabe o no quiere o no puede contar. Y en lugar de ponerse a hacerlo, prefiere seguir maquillándose.

 

http://www.am.com.mx/notareforma/32644

 

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