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Posts Tagged ‘El humor como reflexión’

 

Un monje llamado Rogelio Naranjo

2011-06-11 • Impreso

Esta semana se inaugura en el MUCA la exposición A ti te hablo, 225 cartones en los que el caricaturista michoacano, con un humor ácido, reflexiona sobre la desigualdad social, la corrupción y todos esos temas presentes en la vida de México.

Entre acordes de tango y jazz, Ricardo Pérez Escamilla (1931-2010) hablaba de amistad. Si algún aspecto de la vida le importaba y alimentaba era su profundo amor por los amigos, a quienes admiraba por su talento, valentía, honestidad, inteligencia, buen humor o belleza. Uno de ellos era Rogelio Naranjo.

Tuve el privilegio de ser testigo de su conocimiento y pasión de por el arte del dibujo y en particular por este caricaturista tímido y cordial, impecable en trazo y en pensamiento. Durante tres sesiones (junio de 2010) nos reunimos para el dictado de un texto, finalmente inconcluso (mismo que se publica en el catálogo de A ti te hablo).

En fecha coincidente con la partida física del coleccionista (8 de noviembre), Naranjo hizo la entrega de su acervo a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM): 10 mil 337 caricaturas. Una selección de ese material integra la exposición A ti te hablo, desplegada en el Museo Unversitario de Ciencias y Artes (MUCA) de Ciudad Universitaria.

La exhibición se convierte así en aquella irrealizada reunión de dos amigos, Ricardo y Rogelio, unidos por su amor a la música, al arte y a un país que quieren y por ello les indigna su devenir pleno de inequidad y cinismo.

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¿Qué más directo que decirnos: A ti te hablo?

Rogelio Naranjo nos interpela y señala. Para que no nos hagamos de la vista gorda. Para no evadir pero sí para invadirnos de rabia, de risa, de indignación. Para tomarnos de la mano y, mediante la caricatura, ayudarnos a reflexionar. Un cartón de 1995 tamaño caguama nos recibe a la entrada del museo en Ciudad Universitaria. Es ¡¡Sangre!!, publicado en Proceso en junio de hace 16 años, donde un hombre yace bocabajo entre un chorro negro que forma el cuerpo de nuestra República Mexicana.

Naranjo ríe. “No me acordaba de ésta”. Y con una cara luminosa sigue recorriendo la exposición como niño que hace una travesura, o varias. Por allá, en lo alto de la mampara, cuelga uno de sus personajes clave: el mexicano-calaca, con dos orificios como ojos y una mueca de dolor que hasta la piel enchina. Es el mexicano pobre, jodido, que enfrenta a empresarios obesos, pistoleros ufanos y señoras emperifolladas, que en su frivolidad llevan la marca. Por allá, al fondo, aparece en ampliación gráfica el presidente Fox, tirado en el pasto, entre florecitas del campo. “¡Ah, qué a todísima madre!”, dice ufano, y uno no sabe si reír o llorar, pero mejor opta por lo primero ante tal beneplácito con aires silvestres. El caricaturista también sonríe. Ve uno a uno sus dibujos donde no deja títere con cabeza. Puede ser Calderón o Salinas. O Fernández de Cevallos, Muñoz Ledo o Fidel Velázquez. O todos aquellos sin apellido pero con saña de identidad: curas, sindicalistas, empresarios, periodistas. Póngale el nombre, el color, la filiación, el globito (con la declaración respectiva) que quiera: con todos es implacable. Los temas: Procesos electorales, Libertad de expresión, Corrupción, Desigualdad Social, Campo, Sindicalismo, Derechos humanos, Alternancia, UNAM, Personajes. “Es malo-malo-malo”, se escucha entre los pasillos luminosos donde se despliegan los 225 cartones. Y Naranjo sigue sonriendo a pesar de que este país le duele, nos duele.

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Rogelio Naranjo (Michoacán, 1937) se acompaña de música, plumillas, lápices y mucho papel para dibujar lo que piensa y asumir la libertad de poner acentos en la desazón del obrero y la tristeza del campesino; la avaricia del empresario; la estupidez del político; el erotismo de algunas almas y el humor que no es chiste sino reflexión, filo, mordedura, despojo de secretos.

Su padre fue lector de periódicos y le mandaba a comprarlos. En ellos, el niño vio los “dibujitos” de Arias Bernal o las historias gringas de Mandrake El Mago. Desde entonces pensó en “lo bonito” que sería vivir de dibujar e inventar. En la escuela de curas le encantaba la clase de geografía pero abominaba la de catecismo. En la primera podía trazar mapas que le salían muy bien y en la segunda pensaba en usar las escuadras y compases que le servirían para la hora dedicada a la geometría. Al concluir la primaria entró a la Escuela Popular de Bellas Artes de la Universidad Michoacana.

Su padre se había ido de mojado a Estados Unidos cuando él era aún muy pequeño, así que lo conoció a los seis años, junto con un hermoso estuche de dibujo con el cual su papá hacía trazos de tipo arquitectónico. Esa exactitud lo marcaría para siempre. Mientras, su madre opinaba poco de los dibujos y su interés era que el niño fuera a misa y aprendiera a rezar el rosario. A los 17 años, el joven salió de casa y fue a Los Mochis a dar clases de dibujo a niños de una escuela rural. Su nulo conocimiento de tácticas pedagógicas le provocó una estancia corta como maestro pero aquella experiencia le dio la oportunidad de organizar la biblioteca escolar y acercarse a la revista Siempre!, a la obra de José Clemente Orozco y a la literatura de Rómulo Gallegos.

De regreso en Morelia, incrementó su habilidad en el dibujo al retratar a la gente en los salones de baile y a los hombres en las cantinas. Pasó cinco o seis años en la carrera de Artes Plásticas de la Escuela de Bellas Artes hasta que viajó al Distrito Federal, donde tuvo la suerte de ser parte del equipo que realizó murales para los museos de la Ciudad de México (junto con Gerardo Cantú) y para el de Antropología. Intentó vivir para y por la pintura, así que realizó una exposición en la Galería Chapultepec con cuadros hechos con piroxilina y de rasgos figurativos. Al mismo tiempo no dejaba de insistir en la caricatura y le dieron trabajo en el suplemento El Gallo Ilustrado del periódico El Día.

Recién casado con una estadunidense, para vivir hizo platería y murales que amigos situaron en las salas de sus hogares. Todo cambió cuando Eduardo del Río, Rius, vio sus dibujos en El Día y lo invitó a ser parte del equipo de El Mitote Ilustrado, suplemento para una revista típica de peluquería. A pesar de que el célebre caricaturista le decía que hiciera “monos” simpáticos con texto, Naranjo no tuvo esa vena humorística y siguió con su trazo.

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Politizado desde su estadía michoacana en aquella universidad “de izquierda”, Rogelio no tuvo reparos en sumarse al activismo durante el movimiento estudiantil de 1968. Aprendió que lo indispensable en este país era sanear la vida política y repudiar las formas en que los gobiernos habían (han) conducido a México.

A partir de entonces, tras sus pasos en La Garrapata, Cine Mundial, El Universal Gráfico, La Cultura en México (dirigido por Carlos Monsiváis en la revista Siempre!), Excélsior, Proceso y El Universal, Naranjo ha desarrollado su vena crítica y feroz en sus dibujos sobre líderes partidistas y todo personaje con una vida pública ligada a la política mexicana. Tiene, por supuesto, una veta de carácter erótico poco conocida y otra como retratista supremo de pintores, escritores y poetas. Son célebres sus retratos o, mejor dicho, sus reflejos de alma donde vemos a Fernando Benítez, Efraín Huerta, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Juan Carlos Onetti, Foucault, Flaubert, Ionesco, Miller, Marcuse, José Clemente Orozco y cientos más reunidos en La insurrección de las semejanzas.

Nunca retornó a la pintura. Quemó los cuadros que guardaba y se metió en cuerpo y alma a la caricatura, como hasta ahora, con miles de cartones que ha donado a la UNAM para dicha de la institución y la nuestra, cuando tengamos la oportunidad de ir viendo en exposiciones la enorme creatividad de este dibujante que se deprime con cierta regularidad pero que se mantiene frente al restirador con disciplina, constancia y fe en el arte. A pesar de que su mano a veces tiemble y sus ojos no vean tan claro. A pesar de la realidad cruda y oscura que dibuja. Con su tezón por complejizar. Con su anhelo por abstraerse del mundo y ser, qué mejor, un monje que traza y traza capitulares metido en un castillo medieval.
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Imágenes tomadas del Catálogo A ti te hablo (UNAM, 2011) y del libro La insurreción de las semejanzas (UNAM, 2005).

Angélica Abelleyra

http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/8973886

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