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Forjemos la paz

Carlos Salinas

Sergio Aguayo: El termómetro

Carlos Salinas y la corrupción

Sergio Aguayo (*)

A la memoria del gran Carlos Echarri

Carlos Salinas de Gortari ha querido pasar a la historia como el presidente de la modernidad; ya se ganó un lugar, como barómetro de la impunidad.

Personaje clave de la transición, se puso el sayal de transformador. Desmontó algunas piezas de la fortaleza autoritaria e inauguró el reino del capitalismo neoliberal de cuates, la alternancia entre partidos (clonados) y el empoderamiento criminal. Es curiosa la ausencia de una biografía exhaustiva y objetiva, que esclarezca si es correcto asociarlo con la corrupción y la impunidad.

La partida secreta

En 1995 inicié un proyecto de investigación para establecer el salario del presidente mexicano y el monto de la “partida secreta” autorizada por la Constitución de 1917. En agosto de 1997, en coautoría con Helena Hofbauer, publiqué en “Reforma” un texto, demostrando que Carlos Salinas había gastado —durante sus seis años como presidente— casi 858 millones de dólares de 1993, (alrededor de 1,500 mdd actuales). Nunca se pudo establecer si se apropió de una parte de esa partida. Evidencia circunstancial, hubo. Y muy importante.

En octubre de 2000, Joaquín López-Dóriga difundió en el principal noticiero de Televisa, el audio de una conversación entre Raúl y Adriana Salinas. Desde la cárcel, Raúl bramó enfurecido: “el dinero es de él [de Carlos]; voy a decir qué fondos salieron del erario para que se devuelvan”.

A los dos meses de esa transmisión, tomó posesión Vicente Fox. Hubo ilusos —incluido yo— que esperábamos una batida contra los corruptos. Nos equivocamos. En el dintel de Los Pinos, disimuladamente, se sustituyeron las botas del guerrero por las sandalias de terciopelo rojo y borlas doradas, moda obligada en los corredores de la impunidad. En el libro “La diferencia”, Rubén Aguilar y Jorge Castañeda hablan claro: Fox negoció con el PRI y durante su gobierno se acabaron las “acusaciones a funcionarios del pasado” y pusieron de ejemplo la “partida secreta de Salinas”.

En 2009 Carmen Aristegui difundió en su noticiero dos testimonios sobre el mismo tema. El primero fue de Luis Téllez —subsecretario en los años de Salinas— quien, sin saberlo, dejó registrada una gravísima acusación. En sus palabras, Salinas se robó “la mitad de la cuenta [partida] secreta”. Carmen recuperó esta afirmación para preguntar al expresidente Miguel de la Madrid Hurtado “¿Usted cree que se robó la mitad [de la partida]?” De la Madrid respondió con un lacónico “sí, es posible”.

¿Renovador o corruptor? Tal vez ambas cosas. Hubo cambios, es cierto, pero hay evidencia de que durante la administración de Carlos Salinas floreció la gran corrupción y México confirmó su vocación de paraíso de la impunidad.

Pese a las declaraciones arriba mencionadas, Carlos Salinas jamás fue investigado por una autoridad; siguió comportándose como rey sin corona y se paseaba por los escenarios, con esa sonrisa prototípica de la prepotencia. Un paradigma de los “prófugos de la opinión pública”, especie inventada por Carlos Monsiváis.

La impunidad fue una de las razones por las cuales triunfó Andrés Manuel López Obrador. Las acciones legales emprendidas recientemente por la Fiscalía General de la República contra presuntos corruptos, han sido una grata sorpresa.

Las órdenes de aprehensión contra Emilio Lozoya, Alonso Ancira y Juan Collado abren la posibilidad de que la “mafia del poder” tenga su primer “arrepentido”; alguien dispuesto a decir ante los tribunales, los nombres y los detalles tras algunos de los grandes casos de corrupción. Las consecuencias de tener verdad y justicia son enormes.

En otro frente de la misma cruzada están las investigaciones de la Secretaría de la Función Pública sobre Carlos Lomelí, (ex) superdelegado lopezobradorista en Jalisco.

Será una batalla épica, porque la impunidad está profundamente imbricada en la vida pública mexicana. Los imputados se defenderán y la 4T tendrá que demostrar su profesionalismo en el armado de los casos y la solidez de su convicción.

Es muy fuerte la tentación del borrón y cuenta nueva. La 4T tiene una oportunidad para recuperar apoyos que ha ido perdiendo a una velocidad notable. Es buena noticia que en este tema, al menos, se mantenga encendida la luz de la esperanza. Carlos Salinas es el termómetro (Colaboró: Mónica Gabriela Maldonado Díaz).— Boston, Massachusetts.

@sergioaguayo

Investigador y analista

 

https://www.yucatan.com.mx/yucatan/sergio-aguayo-el-termometro

Un pato llamado Honduras

Es uno de los países más pobres de América y un lugar estratégico para el narcotráfico, que ha secuestrado la institucionalidad y pervertido la economía y los equilibrios del poder

Si validamos el cuento del pato (si camina como pato, si vuela como pato, si tiene pico de pato…), Honduras es un narcoestado.

Jaime Rosenthal, patriarca de la familia más rica del país, murió hace pocos meses en San Pedro Sula bajo arresto domiciliario, acusado de evasión fiscal. El juicio en su contra abierto por la Fiscalía hondureña le permitió vivir cómodamente en su mansión sampedrana y evitar la extradición a Estados Unidos, donde la Corte Sur distrital de Nueva York lo requería por lavado de dinero proveniente del narcotráfico.

El principal empresario hondureño fue enterrado con honores como un benefactor nacional. Exvicepresidente y exdiputado, dueño de bancos, inmobiliarias, medios de comunicación, cementeras y hasta una cocodrilera, pasó los últimos días de su vida en compañía de su familia. Es decir, con los miembros de su familia que aún están libres, porque su hijo Yani y su sobrino Yankel, los herederos, se entregaron voluntariamente a las autoridades en Miami y se han declarado culpables de lavar dinero para el cartel de Los Cachiros.

Los hermanos Rivera Maradiaga, líderes del cartel y antiguos socios de los Rosenthal, comparten hoy prisión en Nueva York con El Chapo Guzmán. El mayor de los hermanos Rivera, Devis Leonel, confesó en la Corte de Nueva York haber asesinado a 78 personas y sobornado a jueces, policías, oficiales del Ejército, congresistas y alcaldes. De no ser por el hecho de que el narcotráfico es ahora la prioridad estadounidense en la región, seguirían operando tranquilamente en su país. Los Rivera Maradiaga mantenían en su nómina a autoridades de todos los niveles. El narcotráfico ha penetrado ya a dos familias presidenciales.

A Fabio Lobo, hijo del expresidente Porfirio Lobo (2010-2014), la DEA le montó una trampa en la que cayó como un niño ante un mago de feria: un agente se hizo pasar por emisario de El Chapo Guzmán para supervisar los detalles del envío de un importante cargamento de cocaína. Lobo acudió a la reunión con seis jefes policiales que explicaron al agente encubierto cómo protegerían la mercancía a partir de su aterrizaje en una pista hondureña que Lobo también controlaba. Ahora, el hijo del expresidente está preso también en Estados Unidos.

El último en caer ha sido el exdiputado Antonio Hernández, Tony, capturado en Miami hace menos de un año. La Fiscalía de Nueva York lo acusa de conspirar con cárteles colombianos y mexicanos para introducir cocaína a Estados Unidos; de conspirar con otros congresistas y con oficiales policiales y del Ejército de Honduras para garantizar el traslado de los cargamentos. Su audiencia, que tiene temblando a los hombres más poderosos de Honduras, está programada para finales de septiembre en Manhattan. Tony es hermano del actual presidente, Juan Orlando Hernández.

Por Honduras pasa, desde hace una década, la mayor parte de la cocaína que ingresa a Estados Unidos. Si Colombia y Venezuela son los puertos de salida, Honduras es el puente. Y el tío Sam, el cliente flaco de nariz gigantesca con la que inhala todo ese polvo blanco.

Honduras es uno de los países más pobres del continente. Su lugar geoestratégico para el tráfico de tanta droga ha secuestrado la institucionalidad y pervertido las dinámicas económicas y los equilibrios del poder. Pero no solo el narcotráfico. El Estado mismo, infestado por la corrupción, ha desmantelado en los últimos años los sistemas de protección de garantías individuales, de derechos humanos y de los recursos naturales.

Desde la llegada al poder de Juan Orlando Hernández, en 2015, Honduras se ha convertido en el país más peligroso del mundo para activistas y defensores ambientales. Líderes indígenas y campesinos son continuamente amenazados, detenidos o asesinados por oponerse a la concesión de sus tierras a compañías mineras, a hidroeléctricas o a corporaciones dedicadas a la siembra de palma africana.

Ni siquiera el asesinato de Berta Cáceres, uno de los pocos eventos sucedidos en Honduras que tuvo repercusión internacional, fue capaz de modificar estas dinámicas. En Honduras, el Ejército y la policía han sido puestos al servicio de las élites que controlan el sistema: terratenientes, narcotraficantes, políticos corruptos.

Al presidente Hernández le han servido en los últimos dos años, también, para acallar las protestas en su contra mediante la represión. No se trata siquiera, como en otros tiempos, de la utilización de la fuerza como imposición de una ideología, de una versión de la historia, de una razón. Ni siquiera estas aspiraciones conserva ya el Gobierno de Hernández. Es simplemente la represión como último recurso para mantenerse —él y todos los que se han aprovechado del sistema— en el poder.

He visitado frecuentemente Honduras desde 2009, cuando un golpe de Estado orquestado por las élites y el Ejército derrocaron al presidente Manuel Zelaya, en el último golpe de Estado en América Latina. Las paredes de las calles capitalinas están manchadas con pintadas con la frase “Fuera JOH”, que es coreada en cada protesta por la mayor parte de los hondureños desde que, en 2017, el presidente Juan Orlando Hernández cooptara a la Corte Suprema de Justicia para decretar inconstitucional la Constitución que prohíbe la reelección; y aún así requirió de un fraude electoral para obtener su segundo mandato.

Los periodistas locales se han vuelto especialistas catadores de gases lacrimógenos y son excelentes guías para saber cuánta protección es necesaria en cada protesta. Porque las crisis social y política se han profundizado desde aquel fraude, consumado solo gracias a su legitimación por parte de la Embajada de Estados Unidos (que no sepa tu Departamento de Estado lo que hace tu oficina antinarcóticos).

Hoy, Juan Orlando Hernández vive sus momentos de mayor debilidad; con maestros y médicos en las calles que se oponen a un proyecto legislativo de privatización de la salud; con estudiantes desde grados inferiores en rebeldía contra el Gobierno y con campesinos y organizaciones sociales protestando contra la entrega de sus tierras, sus bosques y sus ríos a corporaciones extractivistas. Un grito en común los une: «Fuera JOH». El Gobierno es hoy incapaz de satisfacer la enorme demanda social y política, aunada a la presión estadounidense de evitar la emigración del país que inventó las caravanas para huir.

“La gran lección del golpe de 2009 debió haber sido consolidar la institucionalidad”, me dijo hace una semana Luis Zelaya, líder del opositor Partido Liberal. “Lejos de eso, la corrupción y el narcotráfico han penetrado a todas las instituciones a niveles que no tienen precedentes”. Eso, en Honduras, no se dice así como así.

Hace dos semanas, el senador estadounidense Bernie Sanders dijo en uno de los debates de los precandidatos del Partido Demócrata que “Honduras es un Estado fallido, con masiva corrupción”. No se equivocaba. Ha visto las consecuencias en su frontera sur. El senador también ha escuchado el parpeo del pato: Hace cua cua. Como un narcoestado.

 

https://elpais.com/internacional/2019/07/13/america/1562993182_470044.html

 

El combate individual

Juan Villoro

 

La luna fue el primer cine de la historia: la gente alzó la vista para contemplar una pantalla circular que mudaba de aspecto. “O fortuna velut luna”, comienzan los cantos gregorianos musicalizados por Carl Orff en Carmina Burana. La fortuna cambia como la luna.

Borges comparó la lengua alemana con dos milagros intangibles: “el álgebra y la luna”. Sin embargo, hace cincuenta años, la mitología selenita cambió por completo. El satélite de la Tierra dejó de ser el destino al que sólo llegaban los poetas. El Apolo XI alunizó en un páramo golpeado por las rocas del cosmos. La magia se disipó en favor de la épica y los dioses antiguos fueron relevados por célebres hombres de acción. Surgió una época en la que “los astronautas tenían nombres”, como escribió Rodrigo Fresán.

Antes de eso, los pilotos se habían desplomado en mares, guerras y desiertos sin adquirir mayor reputación (o la habían adquirido por proezas paralelas, como Antoine de Saint-Exupéry, el ignorado cartero aéreo que trascendió por sus escritos hasta que su último avión se hundió en el Mediterráneo). El hombre que había roto la barrera del sonido, Chuck Yeager, era visto por sus colegas como un cowboy del rodeo celeste, pero pocos sabían de su existencia, y los kamikazes se habían inmolado como un “viento sagrado” sin que nadie reparara en sus nombres.

Todo cambió cuando la disputa entre Estados Unidos y la Unión Soviética se alejó de la corteza terrestre para competir por la supremacía del cosmos. En su titánica crónica sobre el Proyecto Espacial Mercury, The Right Stuff (traducida como Lo que hay que tener o Elegidos para la gloria), Tom Wolfe narra la aparición de los nuevos héroes del imaginario colectivo. No fue fácil que la comunidad aeronáutica valorara a los pilotos que usarían pañal para adulto y recibirían órdenes desde Houston. Para aviadores como Yeager, los tripulantes del espacio exterior tendrían la capacidad de decisión de un chimpancé.

Moscú y Washington pensaban diferente. La carrera armamentista amenazaba con llevar al planeta a un apocalipsis en el que sólo sobrevivirían las cucarachas. Wolfe recuerda que desde el origen de los tiempos los ejércitos acudieron a un remedio para no aniquilarse por completo: el combate individual. En vez de sembrar el campo de batalla con miles de cadáveres, elegían representantes para disputar en un torneo.

Los cosmonautas soviéticos y los astronautas estadounidenses fueron los caballeros andantes de la Guerra Fría; combatían por un reino con orgullo medieval y respondían a los imperativos de la tecnología, el conocimiento y la industria militar.

El primer ser vivo que orbitó la Tierra fue la perrita “comunista” Laika; la Unión Soviética también se anticipó a lanzar el Sputnik y logró que Yuri Gagarin fuera el primer hombre en el espacio. Detrás de los dos frentes de la Guerra Fría estaban los científicos alemanes que habían emigrado a la URSS o Estados Unidos. Wolfe refiere el momento en que, desesperado ante la supremacía de los soviéticos, el texano Lyndon B. Johnson, que había contribuido a que la NASA se instalara en Houston para que sus aliados económicos se beneficiaran del proyecto, reunió a los responsables del programa espacial y los desafió en estos términos: “¡No me digan que sus alemanes son mejores que nuestros alemanes!”.

Llegar a la luna se convirtió en la obsesión del país que perdía la contienda simbólica de la Guerra Fría. Finalmente, el 20 de julio de 1969, Buzz Aldrin, Michael Collins y Neil Armstrong protagonizaron el alunizaje que consumó el sueño imperial de poner una bandera al estilo de Century 21 en un remoto lote baldío.

La proeza tecnológica fue tan indiscutible como el temple de quienes se inscribieron en la dinastía de Colón y Magallanes. Con todo, a cincuenta años de distancia resulta difícil recuperar el entusiasmo con que los niños de la Tierra imitamos los pasos lunares de Armstrong, encandilados con un viaje que jamás haríamos.

Ciertas cosas suceden demasiado lejos. La luna dejó de ser visitada y surgió la hipótesis de que el Apolo XI había simulado su misión en un estudio secreto de televisión. Hoy en día, algunos la culpan de su carta astral, sus insomnios, los partos anticipados o la conducta de los peces en la marea alta.

A cincuenta años del alunizaje, la inconstante Selene no deja de repartir misterios.

https://www.criteriohidalgo.com/a-criterio/el-combate-individual

 

Piezas para armar el modelo

Lorenzo Meyer

Agenda Ciudadana

A Carlos Echarri, solidario hasta el final.

A Franklin Roosevelt le tomó casi todo su primer período (1933-1937) articular su New Deal y más tiempo superar los estragos del desastre que heredó tras la Gran Depresión de 1929. En México, el nuevo gobierno no puede darse un lujo parecido, el tiempo apremia y la fórmula que sustituirá al neoliberalismo debe definirse más rápido.

El jefe del actual gobierno mexicano ha enumerado sus razones para rechazar el modelo heredado -un crecimiento del ingreso per capita en los últimos 36 años menor al 1% anual y una concentración de la riqueza, según el INEGI, donde el 30% de los hogares de mayor ingreso se quedan con el 63.3% del total mientras los del 30% del fondo captó sólo el 9%. Ahora lo que falta es dar forma clara a nuestro post neoliberalismo.

José Antonio Romero y Julen Berasaluce acaban de publicar Estado desarrollador. Casos exitosos y lecciones para México, (El Colegio de México). Se trata de seis ensayos sobre experiencias útiles para nosotros, cuatro asiáticas -Japón, China, Corea y Vietnam- y dos europeas -Alemania y Finlandia- que entre el siglo XIX y la actualidad, a marchas forzadas y con una decidida voluntad estatal, pasaron de una economía sin energía a otra con gran energía.

Los ensayos tienen como punto de partida el concepto de «Estado desarrollador», es decir, aquel que «coordina los esfuerzos para la consecución de una transformación deseada y planificada». Se trata de intervenciones del poder político para focalizar el esfuerzo nacional vía políticas monetaria, fiscal, financiera, comercial, tecnológica y educativa sin esperar que «fuerzas impersonales del mercado» hicieran la tarea. revisémoslos someramente.

En la Alemania del último tercio del siglo XIX el «capitalismo organizado» de raíz prusiana hizo de una serie de entidades regionales una nación. Y para explicar su éxito industrial, Romero pone en juego dos elementos centrales: el nacionalismo como pegamento para un tejido social clasista y una estructura burocrática eficiente -el modelo de Max Weber- comprometida con el proyecto nacional. Para el caso de Japón, Francisco Suárez-Dávila subraya el papel de esa misma burocracia profesional en un superministerio -el MITI- que primero coordinó el esfuerzo bélico y luego el de la reconstrucción e industrialización con un sector privado que aceptó los objetivos de largo plazo diseñados y supervisados por el Estado.

En el caso de Corea, Beresaluce destaca un aspecto previo al despegue: el sistema educativo, la reforma agraria y, de nuevo, una burocracia meritocrática. Ahí se optó por alentar a ciertos sectores económicos considerados estratégicos y un sistema financiero usado como instrumento para promover un crecimiento acelerado.

China es un caso espectacular y donde el Estado bajo el control del partido comunista tomó elementos de las experiencias de Alemania, Corea, Japón, Taiwán e incluso la norteamericana, para dar forma a un «socialismo de mercado». En su análisis, Arturo Oropeza asigna gran peso a un elemento cultural: el confucianismo que refrenda una meritocracia administrativa y una concentración del poder que busca conjurar el caos del pasado.

Mauricio de Maria y Campos destaca la voluntad del gobierno vietnamita de no volver a depender de una fuerza externa, sustituir importaciones, poner énfasis en el mercado interno, disminuir la desigualdad, invertir en educación, recrear la infraestructura y desarrollar una industria estatal y otra, ligera, de exportación a mercados diversificados y donde destaca el capital externo y un sistema fiscal descentralizado. Finlandia, examinada por Lari Arthur Viianto, resalta por su estado de bienestar, el énfasis en la inversión educativa para la creación de capital humano, sus empresas públicas, los límites a la inversión externa y la diversificación de sus mercados externos.

Tras el fracaso del «socialismo real» y del pobre resultado de su némesis, el neoliberalismo del «fin de la historia», es claro que no hay recetas universales para ganarle tiempo al tiempo en el afán de superar el atraso económico. Cada país tiene que armar su modelo. En la obra comentada hay un buen número de piezas -especialmente el «Estado desarrollador»-, que pueden ser útiles en el armado del nuevo modelo económico mexicano.

Agenda_ciudadana@hotmail.com

 

https://www.elsiglodedurango.com.mx/noticia/1061440.piezas-para-armar-el-modelo.html

Raymundo Canales de la Fuente

Otra vez el etiquetado de alimentos

 

07 de Julio de 2019

Aparece de nuevo en los medios de comunicación el triste asunto de la sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) protegiendo a la industria alimentaria para continuar con el engañoso etiquetado de alimentos procesados en nuestro país.

Ahora existe la oportunidad de que el Congreso modifique la ley para incluir la obligación de los fabricantes de alimentos procesados, en el sentido de expresar claramente los contenidos dañinos a la salud en cada etiqueta.

Confieso que me sorprende que exista discusión al respecto; los profesionales de la salud estamos muy conscientes acerca de la necesidad urgente de dichas advertencias, por los incalculables daños a la salud de los que estamos siendo testigos con consecuencias sanitarias gravísimas.

La incontenible epidemia de obesidad, diabetes, sobrepeso, enfermedades cardiacas, e insuficiencia renal dan cuenta clara de los nocivos efectos de todos esos alimentos que se expenden libremente.

Me parece poco el asunto de las etiquetas; es decir, al mismo tiempo el Estado tiene la obligación de articular una campaña muy amplia para generar conciencia en la población acerca de los riesgos que entrañan el consumo sistemático de dichos alimentos y bebidas envasadas.

También he señalado en este espacio la urgencia de regular la calidad de los endulzantes empleados por la industria alimentaria.

Está demostrada científicamente la capacidad adictiva de los azúcares, especialmente los derivados sintéticos del maíz, que por cierto son los más utilizados por la industria en virtud de sus menores precios.

Existen algunos estados de la Unión Americana que prohibieron ya el uso de alta fructuosa en alimentos y bebidas.

Seguimos ostentando el lamentable primer lugar en consumo de refrescos per cápita en el orbe, por lo que no sorprenden las consecuencias sanitarias.

Como ya lo señalé en otros textos, actuar con tibieza en este tema significa atentar directamente contra la salud del pueblo de México; espero que los nuevos legisladores se comporten con honestidad, y no cedan a las presiones de la industria, que se está llenando los bolsillos con esas ilegítimas utilidades.

No pretendo que dejen de hacer negocios, sólo sugiero que inventen nuevas formas de generar dividendos sin atentar contra los mexicanos.

Prueba de fuego a un gobierno y un cuerpo legislativo nuevo por el que votó el pueblo.

Vamos a ver si tienen la decisión e integridad necesarias para hacernos caso a los médicos.

Espero que el presidente Andrés Manuel López Obrador se interese en el tema, tome las decisiones pertinentes y articule las estrategias que aquí sugiero.

Por lo pronto parece haber sensibilidad al tema por parte de la Secretaría de Salud.

https://www.excelsior.com.mx/opinion/raymundo-canales-de-la-fuente/otra-vez-el-etiquetado-de-alimentos/1322991

 

¿Con qué sustituir al neoliberalismo?

 

Lorenzo Meyer

Agenda ciudadana

Hoy y aquí se debe buscar una economía política que, si bien no tiene que ser enteramente original, si debe corresponder a la gran meta que se persigue.

Al iniciar nuestra vida independiente y como resultado inevitable de nuestra condición colonial previa, las grandes ideas que motivaron el debate político mexicano e inspiraron constituciones, instituciones y políticas económicas, tuvieron un origen externo. Con el correr del tiempo y la confrontación con la realidad esas ideas y prácticas se fueron transformando.

El monarquismo y el proteccionismo fue la base ideológica del imperio español en América y en México no murió con la independencia, sobrevivió hasta la restauración republicana. Su contraparte, el liberalismo, vino de un racimo de fuentes foráneas: de España (ahí se acuñó el término), de la ilustración francesa, de Inglaterra y del éxito de Estados Unidos, primera nueva nación del hemisferio.

La República Restaurada desembocó en un liberalismo económico mas no político; en una dictadura personal y oligárquica con preferencias por el positivismo francés (Comte). Para entonces habían arribado ya diferentes corrientes socialistas que alimentaron movimientos de corte mutualista o anarquista. La Revolución Mexicana abrevó de todas estas ideas, las mezcló y nacionalizó con elementos históricos propios, como el agrarismo zapatista, la tradición de las colonias agrícola-militares del norte villista, el indigenismo y el nacionalismo. Sin negar los elementos liberales en la Constitución de 1917 -heredados de la de 1857- esta fue ya una mixtura bastante mexicana.

El sistema autoritario, corporativo y de partido de Estado en que devino la Revolución de 1910, adoptó, en lo económico y tras la II Guerra Mundial, el proteccionismo y la «economía mixta» como la vía para industrializar y modernizar al país. La CEPAL proveyó un marco teórico que pretendía «quemar etapas» en el desarrollo capitalista en América Latina y no imitar los pasos seguidos por los países capitalistas centrales. Desde la izquierda encontraron nichos políticos e ideológicos una variedad de marxismos provenientes, de nuevo, de Europa, pero también de China y Cuba.

El modelo político autoritario y de economía basada en un mercado interno pequeño pero protegido en exceso empezó a mostrar deficiencias políticas -el 68 y sus secuelas- y económicas -un déficit crónico con el exterior- y en 1982 se colapsó. En la crisis la tecnocracia se hizo del poder y dio un gran golpe de timón: el corazón del nuevo modelo económico -foráneo- fue el capitalismo neoliberal, sintetizado por el «Consenso de Washington» (1990): primacía del libre mercado y retracción del papel económico del Estado, tal como lo demandaban Estados Unidos y la pléyade de organismos internacionales bajo su control: Fondo Monetario Internacional et al. El Tratado de Libre Comercio, suscrito por México con Estados Unidos y Canadá en 1992, fue el candado de siete llaves que enganchó a México con la globalización, que se hizo ideología oficial.

Hoy la «inevitabilidad» histórica de un mundo neoliberal (Francis Fukuyama dixit) está en duda. Sus supuestos beneficios no se filtraron hacia abajo como se prometió y se concentraron en el infame 0.01% superior. Y eso se combina hoy con el neo nacionalismo agresivo de Trump en Estados Unidos.

En 2018, una insurgencia electoral en México puso fin a un sistema con gran déficit de legitimidad. El que le ha depuesto dice rechazar los dos pilares del arreglo pasado: autoritarismo y neoliberalismo. Al primero lo va a sustituir con la democracia política, pero respecto del segundo no hay claridad. Al proyecto económico de la 4T le está faltando precisar y explicar el conjunto de ideas que orientan tanto el desmantelamiento del neoliberalismo como la construcción teórica de su remplazo, que, si bien aún no tiene nombre, tiene contenido: darle al Estado un papel central en el proceso del desarrollo económico y social (redistribución).

Hoy pareciera haber una lucha interna dentro del gobierno por precisar el modelo económico a seguir. Urge optar ya por, y dar forma a un conjunto de ideas básicas que llenen a plenitud el vacío dejado por la ideología neoliberal y sean la brújula del cambio.

Agenda_ciudadana@hotmail.com

 

https://www.elsiglodedurango.com.mx/noticia/1060074.con-que-sustituir-al-neoliberalismo.html