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Aeropuerto con hermano

Rafael Pérez Gay

Vengo de un tiempo en el cual el aeropuerto de la ciudad de México era tan pequeño que quienes despedíamos a un viajero podíamos salir al aire libre y decir adiós detrás de un barandal de hierro, a unos metros de la aeronave.
El viajero contestaba con la mano en alto antes de subir a la escalerilla del avión. Una de las diversiones de esa ciudad perdida en mi memoria consistía en ver los despegues y los aterrizajes.
En ese aeropuerto despedimos a mi hermano mayor a principios de los años sesenta. Viajar a Alemania en ese entonces significaba algo terrible, un abandono, un adiós casi definitivo. En esa ciudad y este recuerdo, la familia se había mudado de casa una noche antes del viaje de mi hermano. En la calle Herodoto, en la colonia Anzures, mi padre había rentado un departamento amueblado. No sé a dónde fueron a parar los muebles de la casa anterior. Yo tenía un rifle y le disparaba a mi hermano con disparos guturales, él se fingía herido y se tiraba en la cama con la mano en el corazón. ¿Qué fue de mi rifle?
La mañana que despedimos a mi hermano, la familia estaba lista a las ocho de la mañana. Un padre, una madre, tres hijas y un niño de cinco años. El niño soy yo. Después de la descarga con mi rifle, mi hermano me leyó una página de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Esa noche, en la víspera del viaje, entre maletas y mortificaciones, aprendí a leer. Las palabras, una tras otra, disparaban significados.
Debimos ir al aeropuerto en taxi porque el dinero no daba para coche propio. Si mi memoria no miente, se había inaugurado el viaducto Miguel Alemán. Patiné sobre mis zapatos en el piso encerado del aeropuerto. Largo rato en el mostrador de Lufthansa. Papeleos, maletas, mi hermano era un manojo de nervios.
Amigos de la universidad le llevaron a mi hermano un mariachi. De verdad, un mariachi, las emociones nos llevan a extraños abismos. No recuerdo si tocaron Las Golondrinas, qué sé yo. Lágrimas. Varias ceremonias del adiós, incluyendo la mía con mi hermano en cuclillas. En el barandal, al aire libre, mi madre me cargó para decir adiós. El avión tomó carretera y enfiló a la pista. Desde el fondo de una avenida, entre separaciones de pasto seco, vimos que aquel enorme artefacto levantaba la nariz, tomaba altura y se perdía sobre las nubes de la ciudad de México. Una beca de cinco años en Alemania era mudarse al otro mundo, al fin del mundo. No voy a meterme en camisa de once varas, no sé si ese viaje y esa beca fueron una huida, una salvación, un salto al vacío o todo al mismo tiempo.
El regreso a casa fue un funeral. Mis hermanas en llanto. Mi madre, lo mismo. Papá me llevaba de la mano, me la apretaba. De niño me mareaba en los coches y el estómago me descomponía todo el cuerpo. Mi madre bajaba la ventanilla para que me diera el aire. Reconocía sin problema la calle Melchor Ocampo, la vuelta en Copérnico y luego la entrada a Herodoto.
En esos días descubrí, lleno de estupor, que arriba de nuestro departamento vivía una mujer sola que abría la puerta en bata y, decían las malas lenguas, sin nada bajo la tela de flores. Esa idea estuvo a punto de volverme loco. Mi hermano me dejó en casa Platero y yo y me pidió que lo leyera de a poco, párrafo por párrafo y que le escribiera de las cosas que leía.
Mi padre sacó del clóset una máquina de escribir vieja, grande como un tractor. Metió en el rodillo papel cebolla, una hoja de carboncillo y detrás otra cuartilla de papel revolución. Fumaba sin parar y tecleaba. Le pregunté una y otra vez, como una tarabilla, qué escribía. Una carta para tu hermano, me dijo. Leí esa carta cincuenta años después en una hoja amarillenta de papel revolución. Una larga carta de amor y arrepentimiento.
Un anciano de noventa años, papá, me dio la carta un poco antes de morir. Se la mostré a mi hermano, pero no quiso leerla. Guárdala tú, me dijo. Uno no sabe nunca nada, como dijo el clásico, pero quizá llegó la hora de leérsela, sé que le aliviará el alma saber cómo lo extrañamos en ese tiempo y la forma desaforada en que lo quiso su padre.
Caracho, si tuviera mi rifle.
Twitter: @RPérezGay

http://www.ngpuebla.com/node/42893#.UJ47e4bEeR9

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