Jesús Silva-Herzog Márquez
El deber de oponerse
lunes, 15 de diciembre de 2014
Pensar que la solución de la crisis de legitimidad del régimen (insisto que en esas aguas nos ahogamos) es un golpe de timón desde Los Pinos es suspirar por un tiempo que no debe regresar. La oportunidad que tenemos en frente es dar vida finalmente a los dispositivos del control democrático. Porque es un mandato de los electores y un imperativo constitucional se trata de un deber, no de una elección. El Congreso no puede seguir rehuyendo su responsabilidad de actuar como vigilante del Ejecutivo. Las oposiciones no pueden seguir negando la instrucción de sus electores.
Recordemos que los votantes conformaron en julio del 2012 una asamblea cautelosa. Si los electores respaldaron el retorno del PRI a la presidencia de la república, lo hicieron con reservas. Lejos de obsequiarle mayoría al partido de Peña Nieto, decidieron preservar a la Legislatura como contrapeso. Acatar la decisión electoral implica actuar de esa manera, como contrapoder, no para bloquear sistemáticamente las iniciativas del presidente sino vigilarlo, para denunciarlo, para sonar las alarmas cuando aparece la transgresión del poder. En estos momentos, le corresponde investigar su conducta y el probable conflicto de interés en el que incurrieron tanto el presidente como su ministro de finanzas. Lo más lamentable de esta crisis ha sido el silencio de las oposiciones, su indisposición a serlo y a cumplir su responsabilidad democrática. Decía el politólogo Gianfranco Pasquino que uno de los deberes esenciales de toda oposición es “actuar conscientemente para permanecer como tal”: cumplir su papel de cuestionador, preservar distancia y autonomía, cuidarse de los peligros de la absorción. Es que a la democracia no le basta establecer el derecho a oponerse. Requiere también que la oposición cumpla el deber de oponerse. Sin una oposición activa, responsable y exigente, la democracia es una farsa. La única manera en que la crisis puede servir al asentamiento de un pluralismo democrático es a través de la afirmación institucional de la oposición. Hay, sí, oposición en la calle y en la plaza, en la indignación y en la rabia de las movilizaciones, en las consignas y las mantas. Pero la oposición está ausente en el Congreso y calla en los partidos. Debe hacerse presente y actuar como tal.
Más que lo haga el presidente, lo importante es lo que decidan hoy las oposiciones. Su responsabilidad no es presentar simplemente una alternativa abstracta al gobierno sino mostrar el camino para una política distinta, un régimen donde la corrupción, finalmente, encuentre tope.
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