Lamentable abandono
La familia es el espacio del amor y la solidaridad. También el de la violencia y el incesto. ¿Cómo preservar el sentido positivo de las familias y desactivar sus aspectos negativos? Dos visiones distintas sobre esta institución vital se expresaron hace unos días: el Congreso Mundial sobre la Familia y el seminario Familias en el Siglo XXI: Realidades Diversas y Políticas Públicas, de El Colegio de México.
Ambas posturas parten de reconocer una pluralización de las formas familiares: uniones de hecho, madres solteras, lesbianas y homosexuales que se establecen como matrimonios, personas solas que adoptan niños, grupos de tres, cuatro o más amistades que viven juntas, etcétera. Mientras de un lado se teme una “degeneración” y se alerta contra dicha amenaza, del otro se acepta esta variedad como resultado inevitable tanto de los cambios culturales que introduce la modernidad globalizada como de la crisis económica que estructura nuevas maneras de supervivencia.
Ambas posiciones lamentan el descuido en la atención a los miembros dependientes en las familias (niños, adolescentes, viejos, enfermos o discapacitados), pero también difieren respecto a la causa de este déficit: para una, la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, que les impide hacerse cargo bien del cuidado familiar; para la otra, el Estado no asume las consecuencias de la incompatibilidad que viven hoy las mujeres entre su papel tradicional y sus nuevas exigencias como ciudadanas y trabajadoras.
La indiferencia del Estado frente a las necesidades del cuidado familiar se expresa en la acuciante falta de guarderías y centros de atención pública a enfermos y ancianos, que cargan de trabajo a las mujeres. Esta situación genera desigualdades de todo tipo e impulsa una insatisfacción creciente en ambos sexos. Hoy día el conflicto principal entre mujeres y hombres tiene que ver con la manera desigual en que se reparten las responsabilidades del trabajo y la familia. Si no se concilia la vida familiar con la laboral, no se conciliarán mujeres y hombres. Por eso, más que suspirar nostálgicamente por un pasado que no volverá, hay que reducir la desmedida exigencia laboral, que introduce tensiones y desgasta a las familias.
Requerimos otro arreglo social respecto a las familias, lo que difícilmente se puede lograr sin políticas públicas. Necesitamos tomar en serio el tema del trabajo doméstico, pues la manera en que éste se resuelve es central para armonizar el trabajo y la vida familiar. Urgen instancias públicas que aligeren mucho del trabajo doméstico y faciliten el cuidado de los dependientes; modificaciones en normas laborales para hacerlas más flexibles (“amigables”) con el papel que en sus familias desempeñan los trabajadores, hombres y mujeres; y hacer compatibles horarios escolares y laborales.
Hace rato que organismos internacionales, organizaciones feministas y grupos de la sociedad civil proponen acciones y políticas para armonizar familia y trabajo. Como la ausencia de esquemas más compartidos para el cuidado es un impedimento para la práctica de una ciudadanía social plena, ha surgido la propuesta de redefinir la ciudadanía incluyendo el cuidado familiar. Dado que para ser igualitaria la ciudadanía debe otorgar a todos los mismos derechos y exigir las mismas obligaciones, es crucial que las labores “femeninas” de cuidado familiar se vuelvan “neutrales”, como ya ha ocurrido con las labores públicas que antes se consideraban “masculinas”. En la práctica eso significa que los hombres se tienen que igualar a las mujeres respecto a la obligación humana esencial de cuidar a los seres vulnerables, junto con la imprescindible provisión de bienes y servicios a cargo del Estado para el sostenimiento familiar.
En una sociedad igualitaria todos deberían tener tiempo y condiciones para cuidar y ser cuidados. Esto implica una profunda reestructuración social; en especial una transformación radical de los sistemas de seguridad social. Por eso,De momento, la viabilidad de esta propuesta parece circunscrita a países desarrollados y prósperos, con ciudadanos que pagan impuestos y mecanismos eficientes de control fiscal. Sin embargo, es necesario debatir esta idea públicamente, dentro de los partidos, en los medios de comunicación y con quienes diseñan políticas públicas.
Para tener mejores familias, o sea más solidarias y equilibradas, es indispensable definir nuevas obligaciones estatales, que garanticen el bienestar colectivo con respeto a la autonomía personal. Sólo así se fortalecerá el tejido social. El desafío es claro: mujeres y hombres deberían invertir más equitativamente su tiempo y energías en el trabajo, la participación cívica y el cuidado humano. Precisamente ese es el meollo de la “crisis” de la familia: que los seres humanos laboran, participan políticamente y cuidan a sus dependientes de manera desigual. A estas alturas de la vida esto es no sólo absolutamente injusto, sino inoperante, a juzgar por el lamentable estado de abandono y descuido en que está la mayoría de las familias.
http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=9$2900000000$4002024&f=20090125
Estoy enbarazada y quisiera saber de una pareja que adopte un niño