Juan Ramón de la Fuente
Ciudadanizar la ciencia y la cultura
Miércoles 27 de abril de 2011
Dos encuestas más o menos recientes, una sobre la percepción pública de la ciencia y la tecnología (Conacyt/INEGI, 2009), y otra sobre hábitos, prácticas y consumo culturales (Conaculta, 2010), muestran contundentemente el fracaso de nuestras políticas públicas si es que pueden así llamarse en materia de ciencia y de cultura: ni la una ni la otra tocan la vida de la mayoría de los mexicanos.
Veamos algunas cifras. El 83% de la población dice reconocer que “confiamos demasiado en la fe y muy poco en la ciencia”, en tanto que, más de la mitad de la población, piensa que los científicos pueden ser “peligrosos”, y una proporción similar asegura que la tecnología origina una manera de vivir “artificial y deshumanizada”. Una de cada tres personas confía en los “números de la suerte”, la mitad de la población mayor de 18 años no tiene acceso a una computadora, y sólo uno de cada cuatro entró a una biblioteca pública en el último año. Eso sí, 92% de los encuestados dice que en México “debería haber más personas trabajando en la investigación”.
Con tales cifras es fácil comprender la prevalencia en nuestro país del pensamiento mágico, la popularidad de los horóscopos, la gran demanda de productos “milagro”, el recurso frecuente a “limpias” para erradicar problemas y males diversos, y el escaso conocimiento que tenemos sobre temas tales como los alimentos genéticamente modificados, los efectos del calentamiento global o la importancia de las energías alternativas, asuntos todos ellos, que inciden directamente en nuestra vida cotidiana, lo sepamos o no. Claro, 90% aceptó ver televisión entre una y 32 horas semanales, otro 47% dijo no leer los periódicos, y 74% escucha hasta 16 horas semanales de noticias por la radio. Es fácil imaginar el tipo de noticias que escuchan, pues 85% dijo no escuchar absolutamente nada sobre ciencia o tecnología.
La encuesta sobre cultura, por su parte, muestra por igual cifras trágicas: al 48% de los mexicanos no les interesa la cultura; en consecuencia, 43% nunca ha pisado un museo, 70% no ha leído un libro en el último año, 80% ni siquiera lo compró, y 57% nunca ha entrado a una biblioteca.
Ciertamente debe haber una dispersión geográfica estimable, toda vez que es necesario reconocer que el panorama en la ciudad de México, por ejemplo, difiere de manera significativa del de otras ciudades con una densidad de espacios y actividades culturales mucho menor. Pero al igual que ocurre con la ciencia, la participación del sector privado en la cultura es limitada y se reduce a ciertos programas en unas cuantas ciudades.
La primera pregunta que salta al revisar estas cifras es: ¿Dónde está nuestro sistema educativo? O será que el esfuerzo en todo caso insuficiente del Estado en materia de ciencia y cultura, se ha limitado a atender algunas necesidades institucionales, a procurar no enemistarse (con poco éxito, por cierto) con las comunidades científica y cultural o bien, como se ha insinuado en algunos espacios críticos, a subsidiar a ciertos grupos con recursos para sus proyectos personales.
En todo caso, los resultados de las encuestas referidas nos obligan a reconocer que parte del problema radica, precisamente, en que a diferencia de lo que ocurre en sociedades más avanzadas, en México, ni la ciencia ni la cultura tocan la vida de la mayoría de las personas. Por eso hay que ciudadanizar la ciencia y la cultura; es decir, procurar que éstas lleguen —y hay mil maneras de hacerlo— a la mayor cantidad posible de personas, desde la niñez hasta la tercera edad, de manera sostenida y a lo largo de una o dos generaciones, por lo menos.
Visto con el pragmatismo político, hoy tan en boga, habría que partir del principio de que la “clientela” para estos programas debe ser la sociedad en general, y no solo algunos grupos selectos de científicos, artistas o intelectuales. Cierto, hay que reconocer que ha habido en el pasado algunos esfuerzos en tal sentido por “ciudadanizar” ciencia y cultura, los cuales generalmente fueron exitosos, pero siempre fragmentados e invariablemente temporales. ¿No habrá quién los reivindique?
Cualquier proyecto que aspire a construir un México mejor pasa necesariamente por una profunda y radical reivindicación cultural y científica. Que todos gocen de los frutos del espíritu, que todos sepan más. Más libre es el que más sabe decía, con razón, el rector Unamuno. Un país que eleva los niveles culturales de su gente es un país que genera confianza en sus propias capacidades para resolver sus problemas y ver hacia adelante con fundado optimismo. ¿Acaso no nos vendría bien una buena dosis de confianza y de optimismo?
*Ex rector de la UNAM
http://educacionadebate.org.mx/2011/04/27/ciudadanizar-la-ciencia-y-la-cultura/