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Archive for 17 de noviembre de 2012

Felicidad clandestina

[Cuento. Texto completo]

Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como «fecha natalicio» y «recuerdos».

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del «día siguiente» iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:

-Vas a prestar ahora mismo ese libro.

Y a mí:

-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?

Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: «el tiempo que quieras» es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire… había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

FIN

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La ceguera de la exclusión


15 de noviembre de 2012

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Carla María Herrera es ciega, o sea que aparentemente no ve. Sin embargo, ve mucho más que la mayoría de las personas. Con todo y que nació en el seno de una familia acomodada, son muchos los obstáculos que ha enfrentado desde que a los 10 años el glaucoma con el que nació la instaló definitivamente en la oscuridad. Pero la rigurosa educación que recibió de sus padres la volvió una mujer suficiente, tal vez “demasiado autosuficiente”, según algunas personas.

Al asumir su ceguera como una condición que no debía impedirle su desarrollo, Carla ha visto la manera de circular por el mundo, solidaria y productiva, y se ha dedicado a superar todo tipo de impedimentos. Cuando quiso estudiar, fue rechazada por el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, donde finalmente logró ser admitida y concluyó su licenciatura en derecho. Después, no satisfecha con la licenciatura, se fue a Harvard, a hacer una maestría. También tuvo que luchar para que Aeroméxico la dejara subirse sola a un avión.

Al ser hija de una mujer muy deportista, desde niña Carla fue alentada a hacer ejercicio: esquía, corre en maratones y ha ganado varios premios, entre los que destacan el correspondiente al récord mundial para invidentes en los 5 mil metros de Lisboa; la Teporaca de Bronce en Atletismo; el Premio Estatal del Deporte de Chihuahua y la Teporaca de Plata como Promotora del Deporte.

Además de fortalecerse como profesionista y como mujer sana, Carla tiene una luz interna que la ha guiado, y ha dedicado parte de su energía y sus recursos a desarrollar opciones para personas con la misma condición que ella. Baste un breve listado de los cargos que ha tenido en los últimos 10 años: ha sido directora de Grupos Vulnerables y Prevención a la Discriminación de la Secretaría de Fomento Social del Gobierno del Estado de Chihuahua (2011-2012); presidenta de la Junta de Asistencia Privada del Estado de Chihuahua (2005-2007); tesorera del Consejo Internacional para la Educación de Personas Ciegas y Débiles Visuales (ICEVI) (1998–2002); representante para México de Helen Keller International (1996–1997); fundadora del Centro de Estudios para Invidentes, Asociación Civil (CEIAC) (1995); en la Procuraduría General de la República (PGR) fue directora de Prevención del Delito y Servicios a la Comunidad (1993), y participó en la Comisión de Solidaridad y Defensa de los Derechos Humanos, A.C. (Cosyddhac) (1992).

A lo largo del tiempo se ha vuelto una gran conferencista, y una revisión de los temas que ella imparte en distintos espacios, oficiales y empresariales, de beneficencia y ciudadanos, nos da una clara idea de su espíritu: “Y tú, ¿dónde quieres estar?”, “El desarrollo extraordinario de las capacidades humanas”, “Arriésgate”, “Superando las limitaciones”, “Responsabilidad social”, “Ceguera: ¿caso perdido?”, “La capacitación en las organizaciones no lucrativas”, “Cómo trabajar con niños ciegos y débiles visuales en la escuela regular”, “Adecuaciones curriculares educativas en atención a ciegos y débiles visuales”, “El deporte, herramienta doblemente poderosa para los invidentes” y “La influencia de la tecnología en la vida de los ciegos”. Carla ha trabajado para la creación de un diplomado en integración del invidente y débil visual.

Pues bien, este personaje admirable es, además de todo lo anterior, de una congruencia ética impresionante. A punto de casarse con un pretendiente, asumió una verdad incómoda: le gustaban más las mujeres. Eso la llevó a casarse con una mujer, y a tener hijos mediante reproducción asistida. No es fácil asumirse lesbiana en una sociedad homófoba. Carla lo hizo con discreción, pues no quería incomodar a nadie, sino vivir su verdad.

Hace un año Carla pidió al Club Campestre de Chihuahua el ingreso de su mujer en su calidad de cónyuge. El Club Campestre se lo negó y le ofreció que podía inscribirla como la niñera. Tal indignidad le resultó inaceptable y, al toparse con la homofobia de sus interlocutores, inició una denuncia por discriminación. El Conapred tuvo acceso a los documentos y decidió respaldarla. Ante la salida de la información en los medios de comunicación, el club decidió expulsarla.

Hace unos días se reunió la asamblea de socios en una sesión extraordinaria, donde se informó que el rechazo a la solicitud de Carla no había sido por homofobia, sino porque ella no había presentado el acta original de matrimonio, sino una copia, con lo cual no había acreditado la condición de cónyuge de su mujer. Entonces se dijo que la expulsión de Carla se debía a que ella los había exhibido como homófobos en una conferencia de prensa. En dicha sesión no se permitieron intervenciones de nadie, y una aplastante mayoría de los socios aplaudió la decisión.

Parece que el Club Campestre de Chihuahua no “ve” lo endeble que resulta su argumento de que ellos “no son homofóbicos”. Tampoco parecen “ver” que el caso de Carla es un ejemplo de esa discriminación mojigata que sigue ignorando la información científica sobre la homosexualidad y se nutre de prejuicios y miedos. Se avizora una interesante batalla, donde la “ceguera” del club puede perder ante la de Carla. Para ella es simplemente un obstáculo más, que ahora superará con el apoyo de miles de conciudadanos y del Conapred.

http://www.proceso.com.mx/?p=325287

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La Cineteca, treinta años

 

Rafael Pérez Gay

La Torre Mayor, el edificio más alto de México, fue construido sobre los terrenos de un viejo cine, el Chapultepec, que a su vez fue levantado sobre el perímetro de Reforma donde se edificaron unos estudios cinematográficos del mismo nombre. Me entero de esto último leyendo “Una ciudad inventada por el cine” (Conaculta/Cineteca, 2006), el magnífico libro de Hugo Lara Chávez. En la película “Los muertos hablan” (1935) de Emilio, “El Indio”, Fernández hay varias tomas excepcionales del Paseo de la Reforma. Una estudiante de medicina descubre con su maestro una máquina capaz de recuperar la última imagen grabada en la retina del ser humano antes de morir.
Debe ser la edad. Me acuerdo de cosas que pasaron hace muchos años en la ciudad. En ese lugar de la memoria, la Cineteca Nacional abrió sus puertas al público en la confluencia de la calzada de Tlalpan y Churubusco el año de 1974, en enero para más señas.
No exagero si digo que la Cineteca se convirtió en el centro cultural de la ciudad. Seguro invento una estampa ideal de aquella época, pero los programadores se daban vuelo: cine de autor, ciclos de género, grandes historias de la cinematografía. Casi todo lo que sé de cine lo aprendí en esas salas. En la sala Fernando de Fuentes vi desde luego “Último tango en París” de Bertolucci con Marlon Brando y María Schneider. Algo cambió para siempre, como cuando leí “Rayuela” de Cortázar o escuché las conferencias de José Emilio Pacheco en el Colegio Nacional.
La ciudad no sólo son sus calles y sus edificios sino también y sobre todo sus personajes, sus tendencias culturales, sus modas, las puertas que se abren para que entre por ellas el porvenir. Desde la colonia Condesa, se podía llegar en un camión Xochimilco-Culhuacán que recorría toda la avenida División del Norte. En Churubusco, en la esquina de la Alberca Olímpica, a la izquierda, y en unos minutos la oscuridad liberaba todos los sueños.
Hace treinta años, en marzo de 1982, un incendio redujo a cenizas la Cineteca, la falta de precaución, la ineptitud y todo lo demás, convirtió el acervo cinematográfico nacional en un polvorín. Homero Bazán ha contado en esta página un trozo de aquel 24 de marzo de hace tres décadas. Se perdieron el archivo fílmico, las instalaciones y vidas humanas, nunca se supo cuántas. Durante 16 horas, el fuego arrasó con una cantidad desconocida de películas.
La directora de Cine, Radio y Televisión, Margarita López Portillo, hermana del presidente, llegó por la noche al lugar de los hechos y ante las ruinas de la Cineteca dijo: “Yo sabía que esto iba a pasar. El archivo histórico del cine mexicano se ha perdido”. Después de confesar su culpabilidad, Margarita López Portillo se deslindó de la catástrofe: “siempre dije que era un centro de trabajo edificado sobre una bomba”. Más de dos mil rollos de películas de nitrato de celulosa estallaron en llamas.
En una de las versiones del desastre, Fernando del Moral, coordinador de la Cineteca, había llenado un clóset con cintas conservadas en nitrato. Un lote de nueva películas agitadas en el traslado a la Cineteca provocó una explosión. Gibrán Bazán realizó un documental: Los rollos perdidos. Los encargados de cuidar el patrimonio fílmico mexicano, lo destruyeron.
Busco en distintas líneas del tiempo y me entero de que unos días después de que la Cineteca se consumiera en llamas, el volcán Chichonal de Chiapas hizo una espectacular erupción. No sé si sea un abuso analógico relacionar las incandescencias del volcán y las llamas de la Cineteca con aquel México en crisis financiera: el fuego del sexenio lopezportillista, la maldición inflacionaria, la historia negra del general Durazo, el inicio del sexenio del presidente De la Madrid, la austeridad, los recortes, el dinero que nada valía.
Nadie podrá acusarme de exagerado si recuerda esos años y la marquesina en llamas de la Cineteca como un título irónico: La tierra de la gran promesa de Andrzej Wajda. No están ustedes para saberlo, pero a mí no me gustaba Wadja. No me pregunten por qué, no sabría responder.

Twitter: @RPérezGay

http://www.ngpuebla.com/escriben/43434cronista-de-guardia#.UKefR4bEeR9

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