Archive for 10 de noviembre de 2012
Jehanne Jean-Charles: Una niña perversa
Posted in Cuentos, Cultura, Mamá Limpieza, tagged Jehanne Jean-Charles: Una niña perversa on noviembre 10, 2012| 4 Comments »
Rafael Pérez Gay: Aeropuerto con hermano
Posted in Columnas, Cultura, tagged Rafael Pérez Gay: Aeropuerto con hermano on noviembre 10, 2012| 1 Comment »
Aeropuerto con hermano
Rafael Pérez Gay
Vengo de un tiempo en el cual el aeropuerto de la ciudad de México era tan pequeño que quienes despedíamos a un viajero podíamos salir al aire libre y decir adiós detrás de un barandal de hierro, a unos metros de la aeronave.
El viajero contestaba con la mano en alto antes de subir a la escalerilla del avión. Una de las diversiones de esa ciudad perdida en mi memoria consistía en ver los despegues y los aterrizajes.
En ese aeropuerto despedimos a mi hermano mayor a principios de los años sesenta. Viajar a Alemania en ese entonces significaba algo terrible, un abandono, un adiós casi definitivo. En esa ciudad y este recuerdo, la familia se había mudado de casa una noche antes del viaje de mi hermano. En la calle Herodoto, en la colonia Anzures, mi padre había rentado un departamento amueblado. No sé a dónde fueron a parar los muebles de la casa anterior. Yo tenía un rifle y le disparaba a mi hermano con disparos guturales, él se fingía herido y se tiraba en la cama con la mano en el corazón. ¿Qué fue de mi rifle?
La mañana que despedimos a mi hermano, la familia estaba lista a las ocho de la mañana. Un padre, una madre, tres hijas y un niño de cinco años. El niño soy yo. Después de la descarga con mi rifle, mi hermano me leyó una página de Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Esa noche, en la víspera del viaje, entre maletas y mortificaciones, aprendí a leer. Las palabras, una tras otra, disparaban significados.
Debimos ir al aeropuerto en taxi porque el dinero no daba para coche propio. Si mi memoria no miente, se había inaugurado el viaducto Miguel Alemán. Patiné sobre mis zapatos en el piso encerado del aeropuerto. Largo rato en el mostrador de Lufthansa. Papeleos, maletas, mi hermano era un manojo de nervios.
Amigos de la universidad le llevaron a mi hermano un mariachi. De verdad, un mariachi, las emociones nos llevan a extraños abismos. No recuerdo si tocaron Las Golondrinas, qué sé yo. Lágrimas. Varias ceremonias del adiós, incluyendo la mía con mi hermano en cuclillas. En el barandal, al aire libre, mi madre me cargó para decir adiós. El avión tomó carretera y enfiló a la pista. Desde el fondo de una avenida, entre separaciones de pasto seco, vimos que aquel enorme artefacto levantaba la nariz, tomaba altura y se perdía sobre las nubes de la ciudad de México. Una beca de cinco años en Alemania era mudarse al otro mundo, al fin del mundo. No voy a meterme en camisa de once varas, no sé si ese viaje y esa beca fueron una huida, una salvación, un salto al vacío o todo al mismo tiempo.
El regreso a casa fue un funeral. Mis hermanas en llanto. Mi madre, lo mismo. Papá me llevaba de la mano, me la apretaba. De niño me mareaba en los coches y el estómago me descomponía todo el cuerpo. Mi madre bajaba la ventanilla para que me diera el aire. Reconocía sin problema la calle Melchor Ocampo, la vuelta en Copérnico y luego la entrada a Herodoto.
En esos días descubrí, lleno de estupor, que arriba de nuestro departamento vivía una mujer sola que abría la puerta en bata y, decían las malas lenguas, sin nada bajo la tela de flores. Esa idea estuvo a punto de volverme loco. Mi hermano me dejó en casa Platero y yo y me pidió que lo leyera de a poco, párrafo por párrafo y que le escribiera de las cosas que leía.
Mi padre sacó del clóset una máquina de escribir vieja, grande como un tractor. Metió en el rodillo papel cebolla, una hoja de carboncillo y detrás otra cuartilla de papel revolución. Fumaba sin parar y tecleaba. Le pregunté una y otra vez, como una tarabilla, qué escribía. Una carta para tu hermano, me dijo. Leí esa carta cincuenta años después en una hoja amarillenta de papel revolución. Una larga carta de amor y arrepentimiento.
Un anciano de noventa años, papá, me dio la carta un poco antes de morir. Se la mostré a mi hermano, pero no quiso leerla. Guárdala tú, me dijo. Uno no sabe nunca nada, como dijo el clásico, pero quizá llegó la hora de leérsela, sé que le aliviará el alma saber cómo lo extrañamos en ese tiempo y la forma desaforada en que lo quiso su padre.
Caracho, si tuviera mi rifle.
Twitter: @RPérezGay
La política del horror por Javier Sicilia
Posted in Columnas, Derechos Humanos, Justicia, Nuestro mundo, Política, Seguridad, Sociedad Civil, tagged La política del horror por Javier Sicilia on noviembre 10, 2012| 1 Comment »
La política del horror
Javier Sicilia
8 de noviembre de 2012
MÉXICO, D.F. (Proceso).- No encuentro otras palabras para definir el gobierno de Felipe Calderón que las mismas con las que Alain Finkielkraut definió los totalitarismos de fines del siglo XX: un gobierno que hizo coincidir la burocracia –es decir, una inteligencia puramente funcional– con los poseídos –una inteligencia “sumaria, binaria, abstracta, soberanamente indiferente a la singularidad y a la precariedad de los destinos individuales”.
La diferencia, primero, es que mientras en los totalitarismos esa coincidencia se articulaba en una imagen deformada de la humanidad y del sentido de la Historia, en el gobierno de Calderón no existe imagen alguna de la humanidad ni de la Historia. Entre la burocracia del Estado y los poseídos lo único que reina, bajo el disfraz de la democracia y del progreso, es el poder puro, la disputa sin sentido de territorios, de dinero y de la vida humana como pura instrumentalidad. Segundo, mientras en los totalitarismos, burócratas y poseídos formaban parte de una estructura de Estado monolítica, en el de Calderón no se sabe dónde están: forman parte tanto del Estado como de la ilegalidad. Son, para recordar la imagen que Gustavo Esteva usó para definir la realidad de México, “un lodo” donde la mezcla de los elementos es tan densa que es imposible definir sus fronteras.
Quizás, el gobierno de Calderón, en su horror, sea el rostro más expresivo de lo que en realidad encubrían los Estados totalitarios y que quedó descubierto bajo la miseria de Estados liberales que han hecho de la idea del progreso, cuyos recursos son el dinero y el poder, la deidad: el vacío, la nada, el horror.
Pronto se irá Calderón, pero la burocracia y los poseídos se quedarán como un signo de los tiempos donde la violencia y el dinero usan a los seres humanos, sus culturas y sus territorios como instrumentos para la maximización y el sostenimiento de los grandes capitales. No es otra cosa lo que anuncian el gobierno de Enrique Peña Nieto, las partidocracias que sesionan en las Cámaras o en los recintos judiciales, los bancos, los empresarios corruptos y el entramado de las instituciones criminales. Se trata del poder y del dinero. Y para ello –mientras la clase política no entienda la dimensión de la emergencia nacional y la necesidad de volver a poner al ser humano, sus destinos individuales y su precariedad, en el centro de la vida de la ciudad– habrá que seguir sacrificando a los trabajadores, destruyendo el campo, vendiendo territorios, manteniendo la impunidad, ignorando el lavado de dinero y a las víctimas del crimen y del abuso del Estado, soportando que a la gente se le asesine de formas inimaginables, que se le desaparezca, se le venda y se le esclavice. Mientras el progreso basado en la maximización de los capitales y el poder sea, como alguna vez lo fue la Historia o la Raza, el único fin de la vida social y política, la violencia, el horror, la nada, el miedo, la desesperación, la instrumentalización de todo, serán, bajo el maquillaje jurídico de las libertades, nuestra atmósfera común.
Detrás de esta lógica sin sentido escucho resonar las palabras que el padre de Iván Grigorievitch, uno de los personajes de Todo pasa, de Vasili Grossman, le dirige a su hijo que llora frente a las ruinas del litoral del mar Negro que los rusos habían conquistado después de la guerra del Cáucaso: “El progreso exige víctimas”. Pero también, detrás de ellas, puedo escuchar como un eco las razones profundas del hijo: Las víctimas destrozadas por el progreso, y su recurso al dinero y al poder, no son externalidades económicas; son seres humanos, son familias, son vida real y concreta, son la economía en su sentido más real y profundo: “la casa y sus cuidados”. Sin ellos no hay vida, no hay tejido social, no hay solidaridad, no hay amor ni compasión, no hay casa.
Allí donde se levanta la abstracción del progreso, es decir, la nada del dinero, del poder y de sus complicidades criminales, los niños, los jóvenes y los viejos son instrumentalidades cuyo uso, legal o ilegal, hace correr la sangre. Es la fuerza pura como operatividad.
Pero si el progreso, que los Estados liberales asocian con el Bien, como otrora los totalitarismos lo hacían con la sociedad sin clases o la raza, no es el fin último de la sociedad, ¿qué le queda a la humanidad? Queda, dirá Ikinikov, otro personaje de Grossman, esta vez en Vida y destino, “la pequeña bondad”. “La bondad –dice Finkielkraut– de cada día, la bondad sin discursos, sin doctrina, la bondad de los hombres fuera del Bien religioso o social, el desinterés tácito, el gesto simple de un ser hacia otro ser, más allá o más acá de las generalidades y de las abstracciones”. La bondad de Las Patronas que cada día llevan un itacate a los migrantes que viajan en La Bestia; la del padre Solalinde y su gente, que los albergan; la bondad de una mujer que acompaña a una víctima a exigir justicia a una procuraduría; la de las comunidades y los pueblos que, contra cualquier dinero y poder, se cuidan entre ellos y protegen lo humano de sus mundos para que la vida pueda cicatrizar y florecer.
Una política que no coloque esa bondad como el centro de la vida social y del quehacer político será, como hasta ahora ha sido, la del horror y la ebriedad de la fuerza.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a todos los presos de la APPO, hacerle juicio político a Ulises Ruiz, cambiar la estrategia de seguridad, resarcir a las víctimas de la guerra de Calderón y promulgar la Ley de Víctimas.
http://www.proceso.com.mx/?p=324679